narco cultura
Las
ejecuciones son parte de la
¿Subcultura?
‘Eruditos’ en literatura pretenden encasillar el periodismo rojo
en la subcultura, sin darse cuenta que la subcultura es otra cosa, muy distinta
por cierto, pero lo que pretenden es descalificar el boom! que han obtenido
algunos ‘nuevos periodistas’.
El neoperiodismo que se ha ‘enriquecido’ con las
narcoejecuciones debe ser tema de un profundo estudio para colocarlo en su
género real y no tratar de encasillarlo en la subcultura sólo por deseo
personal o envidia al notar que los periodistas, reporteros, columnistas o
fotógrafos de la violencia urbana crecen en ‘seguidores’
La subcultura se clasifica como tal por que las personas que
viven en sociedad no se comportan igual que la mayoría. Son un grupo de
personas con un conjunto distintivo de comportamientos y creencias que
les diferencia de la cultura dominante de la que forman parte.
Dick Hebdige, estudioso del tema de la subcultura, asegura
que los miembros de una subcultura señalarán a menudo su
pertenencia a la misma mediante un uso distintivo y estilo. Por tanto, el
estudio de una subcultura consiste con frecuencia en el estudio del simbolismo
asociado a la ropa, la música y otras costumbres de
sus miembros, y también de las formas en las que estos mismos símbolos son
interpretados por miembros de la cultura dominante. Si la subcultura se
caracteriza por una oposición sistemática a la cultura dominante, entonces
puede ser descrita como una contracultura.
Se
dice también que las corporaciones, las sectas, y muchos otros grupos o
segmentos de la sociedad, con diferentes y numerosos componentes de la cultura
simbólica o no material pueden ser observados y estudiados como subculturas.
Algunas veces las subculturas son simplemente grupos de adolescentes con gustos comunes.
Es necesario observar que el interaccionismo simbólico es fundamental en una
subcultura.
Contracultura
La
contracultura es un movimiento de rebelión contra la
cultura hegemónica, que presenta un proyecto de una cultura y una
sociedad alternativas. Ejemplos de manifestaciones contraculturales son los
siguientes:
Las tribus
urbanas, como rockers, punkies, skins, etc. Las forman jóvenes preocupados
por descubrir una identidad que ni la sociedad ni la familia les proporcionan. Se
reúnen entrono a un líder y adquieren un código de expresiones culturales
que les diferencian de los demás.
Los grupos
sociales alternativos responden al vacío que muchos sienten ante un
futuro incierto y fugaz. Intentan encontrar un sentido a la existencia a través
de distintos medios y rechazan el materialismo social.
Los grupos de ataque social. Cabe destacar entre estos
grupos a las bandas de delincuentes, que constituyen una forma violenta y
directa de ataque al sistema establecido. También es típico de otros grupos de
adolescentes que intentan desestabilizar la sociedad para crear un nuevo estado
social, transgrediendo las leyes y haciendo uso de la violencia.
La
narcoliteratura y la literatura del narco son cosas de las que hablamos en las
siguientes páginas.
Narcoliteratura, literatura del narco, subcultura
desviada, periodismo negro, del escándalo político, urbano. Sus diferencias.
Reflexiones sobre la narcoliteratura
De entrada término narcoliteratura conlleva una connotación
negativa poco profunda que denosta al género, dice el escritor Ramón Gerónimo
Ortega en una entrevista que le hace Sheila Rosagel, publicada en Sin Embargo.
Shaila Rosagel- Sin Embargo (México)
La narcoliteratura, término que se utiliza para llamar a
la literatura que aborda el fenómeno de narcotráfico, es una forma de
“encasillar” a los escritores por zonas geográficas y denostar, en parte, su
trabajo, dice Ramón Gerónimo Olvera, autor del libro Sólo las Cruces Quedaron de editorial Ficticia.
De esta forma, la crítica mexicana mide con el mismo
rasero a los escritores norteños y los echa “en un mismo costal”, pues
pareciera que las novelas ambientadas en lugares impregnados por el narco,
tienen una connotación negativa literariamente hablando, explica a SinEmbargo
el maestro en Literatura en la era Digital por la Universidad de Barcelona y
Premio Regional de Periodismo Cultural y Nacional de Periodismo que otorga la
Asociación Nacional de Locutores, originario de Chihuahua.
Pero no obstante que algunos críticos, parecen ver con
una óptica desde el Distrito Federal a la producción literaria que tiene como
entorno al narcotráfico, la “narcoliteratura” es un término acuñado para vender.
“El prefijo narco es el meollo del asunto.
Necesariamente lo utilizamos casi en la vida cotidiana, sin reparar en la misma
reflexión sobre el mismo. Se corre el riesgo de que el prefijo narco sobre
estas expresiones culturales, nos hagan que no las podamos entender en toda su
complejidad, porque nos dejamos ir por lo narco, sin ver todo lo que hay en
juego y en profundidad”, dice el escritor.
Gerónimo Olvera analiza en su último libro a varios
autores colombianos y mexicanos que escriben en un entorno donde priva el
negocio del narcotráfico y contesta en esta entrevista, algunas de esas
preguntas que buscan provocar una crítica, a la forma en la que se aborda la
literatura que habla de narcotráfico.
–¿De dónde nace la idea de escribir este libro donde usted
explora el término de narcoliteratura?
–Nace de una idea concreta de hechos de violencia que
hemos vivido y que se han venido consignando mediante el periodismo, pero
también a través de la literatura. Vi la necesidad de hacer un estudio donde,
si bien con cierto rigor académico se abordara cómo la literatura participa en
el juego de la violencia y el narcotráfico, porque gran parte de la academia es
bastante prudente y temerosa de entrar a estos temas, justo por lo
contemporáneo, cercano, me llamó la atención hacerlo desde la óptica de autores
de México y Colombia para tener algunos puntos de encuentro y desencuentro.
–Usted cuestiona este adjetivo de narcoliteratura para
referirse a todas las novelas que se escriben sobre narcotráfico…
–Sí, es que es cuestionable desde varias ópticas. Es
comprensible que para vender libros, la gran industria le ponga estos nombres,
sería uno de los marcos por los que se llama narcoliteratura, pero lo otro es
también un encasillamiento facilista de la crítica, o de cierta crítica, para
meter a todos los autores en el mismo saco y tratarlos por igual. Yo creo que
de todos los autores que se manejan en el libro, ninguno se propone escribir
una narcoliteratura. Lo que están haciendo son historias donde el narcotráfico
aparece porque están ahí en la atmósfera del escritor. Sí es necesario ponerle
nombres a las cosas y categorías, pero hay que reflexionar sobre la categoría
porque algunos críticos le llaman así para descalificarla, no para entenderla.
–¿Entonces este prefijo “narco”, ¿es negativo y
descalifica?
–Sí, cuando le metemos el prefijo “narco”, en términos
de la realidad judicial y de la justicia es prácticamente un adjetivo sinónimo
de “ya no se investigue”, en los términos literarios, sí hay un encasillamiento
que por supuesto sirve para vender, y para vender bien. También está la
connotación de lo narco, lo cierto es que como el narcotráfico aparece en la
vida cotidiana de las personas, aparece mucho en la literatura y aparece así,
de manera espontánea, casi inconsciente, porque está en la realidad, en lo que
respira el escritor.
–Para usted Ramón, los autores que escriben sobre
narcotráfico ¿escriben literatura, no narcoliteratura?
–Habría que establecer diferencias. Habrá escritores muy
respetables que de manera abierta y de manera consciente desean hacer libros de
narcoliteratura para ser vendidos, que tampoco me parecería algo deleznable en
sí mismo. Hay escritores como Fernando Vallejo y Élmer Mendoza, donde el
narcotráfico aparece en sus novelas, pero aparece de una manera compleja,
simbólica y además creo que los autores que se incluyen en el libro, como
Yuri Herrera, aparece el narcotráfico no por sí mismo, sino como un marco
histórico, cultural de México.
–Hay preguntas que usted lanza en el libro, una de ellas,
¿cuál es la voluntad que existe en reducir esta expresión a ciertas zonas
geográficas del país? También habla de una visión centralista de etiquetar como
narcoliteratura, para encasillar a todos los escritores de las regiones del
norte de México…
–Esto es muy palpable, Rafael Lemus, un crítico de
Letras Libres, decía que la literatura de Élmer Mendoza era candorismo
costumbrista y que no valía nada. Don Antonio Parra le contesta, porque
pareciera que si no se escribe en el Distrito Federal [DF], no vale o se
encasilla muy fácilmente, siendo que estas temáticas están aquí en nuestra
realidad y que autores como los que he mencionado, por fortuna están siendo
estudiados en muchas partes del mundo. Pareciera que es la viva literatura
mexicana, estos autores, no se encasillan en el tema del narcotráfico, son
bastante amplios, y cuando hablamos de literatura norteña, también toca hablar
de Ignacio Solares, Carlos Montemayor, por mencionar algunos.
–Usted también lanza la pregunta sobre, ¿qué interés
existe en homologar a todos estos autores que abordan el tema?
–Al final de cuentas el deseo de homologación, es a lo
mejor una estrategia de orden político, de poder, que una estrategia de un
criterio literario.....
Aquí el entrevistado dio en el clavo. ¡Claro que es una
estrategia (más bien una orden, diría yo) política, de poder, que (al
encasillar a todos en un mismo saco) de un criterio literario.
–Aborda a los escritores desde el periodismo,
literatura, habla de la nota roja…
–Comento a manera de chiste en el texto, que el primer
cuento judío-cristiano de la nota roja la historia de Caín y Abel, y siempre en
todas las expresiones, un germen fundamental para escribir, porque la nota roja
nos muestra ese lado oscuro que tiene las sociedades, los seres humanos, que es
la materia prima para la literatura, mientras que en cualquier régimen oficial,
todo tiene que ser luminoso, esperanzador. Esto que llamamos narcoliteratura a
lo mejor es una variante del género policiaco.
–Entonces es tan erróneo decir narcoliteratura, como si
se quisiera decir “narcoperiodismo” si se reportea sobre narco, ¿sería algo
simular?
–Muy muy simular. Al final de cuentas hacer un gran
reportaje sobre narcotráfico no es narcoreportaje, porque se pretende
estudiarlo y hacerle preguntas.
– ¿Pasa lo mismo con la narcoliteratura que con los
narcocorridos? ¿Podríamos poner en la misma dimensión al narcocorrido con
narcoliteratura? ¿El prefijo narco juega el mismo papel?
–Sí, el prefijo narco es el meollo del asunto.
Necesariamente lo utilizamos casi en la vida cotidiana, sin reparar en la misma
reflexión sobre el mismo. Se corre el riesgo de que el prefijo narco sobre
estas expresiones culturales, nos haga que no las podamos entender en toda su
complejidad, porque nos dejamos ir por lo narco, sin ver todo lo que hay en
juego y en profundidad
–¿Lo narco es lo que vende? ¿De qué tamaño es el mercado
editorial en torno al narcotráfico?
–En la industria cultural el narcotráfico tiene un
tamaño enorme y fundamental. Basta ver las últimas producciones
cinematográficas como Miss Bala, El Inferno, cómo les va en taquilla y para ser
cine mexicano, les va muy bien. En el caso de la literatura es bastante
vendible manejar esto como lo narco, sinónimo de venta y en el caso del
periodismo, también ponerle que fue una narcobalacera, narcofiesta,
narcobautizo, narcoentierro, un narco lo que se le ocurra. Termina siendo un
buen mecanismo de venta, en donde todo es sujeto a la venta.
–¿Se denosta a estas expresiones con este prefijo?
–Sí, además corremos el riesgo de no estudiarlas en su
profundidad por el prefijo narco. Al verlo analizamos una serie de ideas
inconscientes y lo clasificamos así, sin estudiar toda la profundidad que hay
en ello, además de insensibilizar. Somos una sociedad carente de sensibilidad
para muchas cosas, y el adjetivo puede ser que en vez de que nos ayude a ser
sensibles, nos vuelva más bárbaros.
–Ramón, entre las obras que analiza en el libro, habla
de La Virgen de los Sicarios, Rosario Tijeras y de autores mexicanos, ¿qué
tanta similitud hay entre nuestros autores mexicanos y los colombianos?
–Sí encontramos rasgos de similares: se encuentra un
Estado ausente, una cosa que me llama la atención, es que en ambos casos, el
crimen, la violencia, la impunidad, constituyen la norma dentro de la sociedad
y no excepción. Una de las diferencias es la fascinación literaria por la
figura del sicario en Colombia, mientras que en México por el político poderoso
que está vinculado con el narco. Otra diferencia es la connotación religiosa
que tiene en el caso de México, como Valverde, La Santa Muerte, que no aparece
en otros lados.
–¿También se lleva al campo del periodismo?
–En términos periodísticos los vería más similares que
en términos literarios. En México hay una fascinación por la figura del
sicario, simular a Colombia, la diferencia la vería más en la literatura. El
sicario es una figura muy dolorosa para la sociedad, es el huérfano de una
estructura familiar, el huérfano de una estructura social, de un Estado que no
sirvió para nada, es el gran victimario y la gran víctima
–Hay otra pregunta que usted laza en su libro, ¿cómo
recoge el periodismo y la literatura el fenómeno del narco? ¿Desde la apología,
la condena o la censura?
–Recuerdo la foto de Julio Scherer García con el
importante líder delincuencial, que para algunos nos daba la sensación de que
estaba abrazando a un gran amigo, para otros era el ejercicio periodístico
digno de un premio por haber conseguido esa entrevista, y pareciera que
tristemente lo que la realidad y los lectores nos empujan es, o a la apología,
a la condena o a la censura-autocensura.
La literatura del narcotráfico
Orlando Ortiz
La primera pregunta que me asalta a propósito de la
llamada “narcoliteratura” (el entrecomillado obedece, como se verá, a que
cuestiono tal denominación) es si en verdad existe, o si es un prejuicio.
Porque en la primera mitad del siglo pasado se escribieron muchas novelas cuyo
eje eran los caciques; sin embargo, nadie aventuró la idea de que hubiera una
caciqueliteratura. De igual manera, en la segunda mitad proliferaron los
relatos cuya acción se desarrollaba en el df y nunca oí que se hablara de
chilangoliteratura.
Posteriormente, en toda Latinoamérica se dieron novelas
con el tema de los dictadores y tampoco se habló de una dictadoliteratura o
cosa por el estilo. El nombre narcoliteratura tiene algo, o mucho, de retintín,
de intención –consciente o subconsciente– peyorativa. Y no es cuestión de
semántica. En la expresión narcoliteratura late, en el fondo, un silogismo del
tipo: la droga es mala para la salud, luego la narcoliteratura es mala para la
literatura. Por ello me inclino a que se le denomine, en el peor de los casos,
literatura del narcotráfico, para eliminar la calificación a priori.
En ese caso –al igual que en el de todas las otras
novelas–, ya se podría señalar si obras en particular son malas o buenas, no
por abordar el tema del narco, sino por ser novelas bien tramadas, con personajes
convincentes, situaciones verosímiles, excelente manejo de las voces
narrativas, lenguaje eficaz (ojo, no dije “correcto”, sino, en última
instancia, normal) y un manejo adecuado del punto de vista. Porque en este
género, subgénero o como quiera llamársele, hay buenas y malas novelas,
independientemente del asunto que, curiosamente, en muchas de ellas el tema
central no es el narcotráfico y la delincuencia organizada, sino el amor, en
una escenografía de narcotraficantes, y a veces lo que está en primer término
es la violencia, no el tráfico de estupefacientes, tampoco las actividades de
la delincuencia organizada con todas sus implicaciones sociales, políticas y
económicas.
Adelantando vísperas: la narcoliteratura es un
espejismo, y por lo mismo, algo que no (o casi no) existe.
El primer libro de este tema que leí fue Diario de un narcotraficante, de a. Nacaveva ( así, con
a minúscula y punto), y sin ser un fan, he seguido el tema desde
entonces (1967) a la fecha, con Fiesta en la madriguera, de Juan Pablo Villalobos,
pasando por La Reina del sur, de Pérez Reverte, y San Isidro futbol, de Pino Cacucci (estos
últimos, por mencionar únicamente a los autores no mexicanos); por eso creo
estar más o menos enterado del desarrollo de la narcoliteratura. Sin embargo,
no soy ni panegirista ni detractor. Hay quienes la cuestionan por su origen; no
obstante, como el plebeyo, “su sangre, aunque norteña, también tiñe de rojo el
alma en que se anida su literario corazón”.
Estos “narcorrelatos” en su mayoría los escriben autores
del norte, pero ni todos los escritores de allá escriben narcoliteratura ni
toda ella es escrita por autores de allá. Los hay oriundos del Distrito
Federal, de Guanajuato, de Jalisco y de Hidalgo, y en todos los casos no
desmerecen frente a los norteños en cuanto a manejo de ambientes, vocabulario y
personajes.
Hoy en día son numerosas las novelas y en general los
libros que abordan o giran alrededor del narcotráfico. Unos se apuntan como
ficción del género negro o policíaco; otros como crónicas o investigaciones
periodísticas o agudas tesis a propósito del problema. No debe extrañar a los
lectores esa abundancia de títulos, pues al parecer todas las editoriales los
están pidiendo con la idea de que se venderán como pan caliente.
La producción de narconovelas es elevadísima, tal vez
porque la demanda editorial también es elevada –ignoro si el mercado también es
muy amplio. Hay tal saturación, que empalaga la abundancia de títulos y el
primer impulso es descalificar por completo todos los libros de este género,
tanto los de ficción como los de no-ficción. Sin embargo, no se puede hacer
tabla rasa, aunque hasta el momento no me he topado con “la novela” del
fenómeno narco, es decir, no he hallado
un relato excelente o tan bueno que llegue a las alturas de lo paradigmático.
Algunas son muestra de un extraordinario oficio, pero adolecen de pasajes
facilistas o de tópicos tan gastados que caen en el lugar común, lo cual incide
en detrimento del texto. Otras no van más allá de la sencilla historia del
amor-pasión, o del amor-odio, o del amor-venganza, o del amor atormentado o
sádico, o masoquista o hasta ingenuo, pero inserto entre matones despiadados y
aparentes luchas por el poder (nunca se ve ni se dice de qué clase es).
LA REALIDAD CORRE MUCHO Y LA FICCIÓN SE QUEDARÁ...
Hasta el momento, me parece que los mejores libros sobre
el tema son las crónicas y los de carácter periodístico. Me refiero, por
ejemplo, a El hombre sin cabeza, de Sergio González Rodríguez; a Malayerba, de Javier Valdez
Cárdenas; aHerencia
maldita,
de Ricardo Ravelo; El otro poder, de Jorge Fernández Menéndez; El narco: la guerra fallida, de Rubén Aguilar y Jorge
Castañeda; El cártel, del legendario Jesús Blancornelas, y hasta Me dicen la narcosatánica, de Sara Aldrete, entre
otros. Si a estas miradas sumamos los medios impresos y electrónicos, la
ficción sobre el tema se queda atrás; no puede competir en cuanto a crueldad y
excesos, por más imaginación que tenga el autor. Por poner un ejemplo: ¿a algún
autor serio se le habría ocurrido una puesta en escena (este es el título,
bastante afortunado, de una novela corta de Gabriel Trujillo) como la que se
hizo cuando mataron (¿ejecutaron?) a Héctor Beltrán Leyva, cuyas imágenes
aparecieron en numerosos medios? Y las mantas con mensajes y las testas
decapitadas dispuestas dramáticamente en diversos escenarios y... en fin, los
relatos literarios casi (o a veces sin el casi) nada tienen que hacer frente a
la realidad real y la mediática. (Cuando estaba redactando estas notas salí a
caminar un poco y a comprar el periódico. En el estanquillo me topé con la
primera plana de un periódico caracterizado por su amarillismo, pero, con todo,
nunca había llegado a tal extremo: la foto a color de dos cuerpos colgados de
los pies, decapitados y con los genitales cercenados; en una cabeza secundaria
se leía que sus partes las habían dejado sobre los carteles en los que se
advertía algo a alguien.) Si algún narrador quiere incursionar en el género,
debe buscar alguna vereda que no sea la de la violencia y el amarillismo, pero
tampoco debe caerse en el edulcoramiento o en la falsa idea de que la narrativa
es escribir bonito o poéticamente.
Además, los autores de ficción, más que abordar con
acuidad el narcotráfico, se quedan en el color, en los aspectos costumbristas
(que no tienen por qué ser malos en sí, sino más bien insuficientes). Corridos,
botas picudas y de tacón a lo Fox, fara fara, cintos piteados con hebillas
costosas en las que lucen sendos ak47 cruzados, o una rama de mariguana,
sombrero texano, armas con chapa de oro y con diamantes o esmeraldas en la
cacha de marfil; lenguaje norteño cargado de pistear, batos, morros, etcétera.
A veces se menciona a la Santa Muerte, a veces es Malverde el invocado. ¿Y
luego? Los elementos mencionados no serían nefastos si no se quedaran en eso:
detalles de color que no van más allá y, peor aún, que se presentan como si
fuera lo esencial de los narcotraficantes. ¡Ah! Olvidaba la violencia, a veces
con fuertes matices de gratuidad. Tampoco me parece mal la utilización del
lenguaje norteño, es más, lo considero indispensable, siempre y cuando se sepa
utilizar con eficacia y no como detalle de color o graciosa curiosidad
lingüística.
Antes y después del movimiento revolucionario de 1910
menudearon los relatos que recogían y plasmaban la visión que escritores de
variopinta ideología tenían sobre lo ocurrido –o lo que estaba ocurriendo. El
espectro que ofrecen tales obras es muy amplio y diverso; hay las que tienen
como columna vertebral batallas y caudillos, las que ubican la acción en las
alturas políticas o les dan como escenario el de los estratos sociales más
bajos... incluso tenemos obras construidas desde la perspectiva de simples
testigos no involucrados en el conflicto bélico o político, pero sí receptores
de las consecuencias sociales, bélicas o políticas.
Por lo tanto, en la actualidad podríamos elaborar un
mural muy completo de esa época, desde la perspectiva de los maderistas,
villistas, zapatistas, carrancistas, huertistas y hasta porfiristas, o incluso
con la de todos ellos. De tal ensalada de hechos y visiones quedaron grandes
novelas: Campamento, Los de abajo, Se llevaron el cañón para
Bachimba, Tropa vieja, El águila y la
serpiente, Cartucho, El feroz cabecilla, El rey viejo, La sombra del caudillo, etcétera, y por otro lado
muchas más que no rebasan la mediocridad o son de plano pésimas. No se deben
ignorar las obras que abordan secuelas del movimiento revolucionario: reforma
agraria, expropiación petrolera, corporativización del movimiento obrero,
luchas contra fraudes electorales y temas por el estilo. Este manojo de obras,
¿son realistas, naturalistas, costumbristas? Las hay de todo e incluso algunas
han sido calificadas de novela histórica, por su temática y tratamiento.
La narcoliteratura es un espejismo, no existe. Hay
relatos con violencia y narcotraficantes –que luchan entre ellos o con otros,
por “el poder”–, pero no hay literatura del narcotráfico con todo lo que éste
implica.
Después del movimiento estudiantil-popular del ’68, y lo
que implicó su brutal represión –surgimiento de las guerrillas rurales y
urbanas, por un lado y, por el otro, una presión social que obligó al Estado a
ampliar los cauces de la democracia–, también se escribieron innumerables
páginas a propósito. Igual que con la narrativa de la Revolución, la calidad
literaria –incluso la histórica– fue de un polo a otro polo, de lo bueno a lo
pésimo. Abreviando, podríamos asegurar que los momentos significativos de
México han quedado en su narrativa. Incluyendo los hechos del siglo XIX:
consumación de la Independencia –y en ella el riquísimo período de Santa Anna–,
Reforma, Intervención estadunidense e Intervención francesa, Segundo Imperio y
Porfiriato.
Hay buenas y malas novelas de narcotraficantes –que no
del narcotráfico y la delincuencia organizada. En consecuencia, hay que
evaluarlas como novelas a secas y no por el tema o el lugar de origen de sus
autores o la ubicación geográfica de las historias. No se debe ignorar esa
literatura, porque hacerlo equivaldría a no querer ver que el problema del narco es ineludible y, en un
futuro, los estudios –históricos, sociológicos, antropológicos, jurídicos,
etcétera– tendrán que abordarlo con casi igual –o sin el casi– seriedad e
importancia que el fenómeno de la rebelión cristera o de las guerrillas
posteriores al ’68. Mi afirmación es bastante temeraria, pero no infundada. Porque
hay quienes consideran que el tráfico de drogas es solamente un delito contra
la salud –esta posición lleva a cometer errores como los que se han venido
cometiendo en su combate–, pero habemos otros que consideramos que va más allá
de ser un delito contra la salud: el narcotráfico en tanto delincuencia
organizada, aquí y ahora, es un problema más complejo, peliagudo, que colinda,
en mucho, con los terrenos de la seguridad nacional. Si no, piénsese que además
del cultivo, “beneficio”, producción de estupefacientes, tráfico interno y
exportación, tenemos la penetración corruptora en los círculos de la policía,
en instancias gubernamentales de todos los niveles, en partidos políticos;
además están las repercusiones en la sociedad, pues cuentan con una base social
que los arropa y es sagazmente utilizada. Por otra parte, es considerable su
peso e importancia financiera por las fuertes cantidades de dinero que manejan,
lo cual se traduce en poder, o mejor dicho, en diversas expresiones de poder,
las cuales traspasan fronteras.
La narcoliteratura, en pocas palabras, debe ser mucho
más de lo que se ha pretendido que es. La literatura del narcotráfico y la
delincuencia organizada está esperando la pluma que, paradójicamente, “le haga
justicia”.
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