narco cultura


Las ejecuciones son parte de la
¿Subcultura?
‘Eruditos’ en literatura pretenden encasillar el periodismo rojo en la subcultura, sin darse cuenta que la subcultura es otra cosa, muy distinta por cierto, pero lo que pretenden es descalificar el boom! que han obtenido algunos ‘nuevos periodistas’.
El neoperiodismo que se ha ‘enriquecido’ con las narcoejecuciones debe ser tema de un profundo estudio para colocarlo en su género real y no tratar de encasillarlo en la subcultura sólo por deseo personal o envidia al notar que los periodistas, reporteros, columnistas o fotógrafos de la violencia urbana crecen en ‘seguidores’
La subcultura se clasifica como tal por que las personas que viven en sociedad no se comportan igual que la mayoría. Son un grupo de personas con un conjunto distintivo de comportamientos y creencias que les diferencia de la cultura dominante de la que forman parte.
Dick Hebdige, estudioso del tema de la subcultura, asegura que los miembros de una subcultura señalarán a menudo su pertenencia a la misma mediante un uso distintivo y estilo. Por tanto, el estudio de una subcultura consiste con frecuencia en el estudio del simbolismo asociado a la ropa, la música y otras costumbres de sus miembros, y también de las formas en las que estos mismos símbolos son interpretados por miembros de la cultura dominante. Si la subcultura se caracteriza por una oposición sistemática a la cultura dominante, entonces puede ser descrita como una contracultura.
Se dice también que las corporaciones, las sectas, y muchos otros grupos o segmentos de la sociedad, con diferentes y numerosos componentes de la cultura simbólica o no material pueden ser observados y estudiados como subculturas. Algunas veces las subculturas son simplemente grupos de adolescentes con gustos comunes. Es necesario observar que el interaccionismo simbólico es fundamental en una subcultura.
Contracultura
La contracultura es un movimiento de rebelión contra la cultura hegemónica, que presenta un proyecto de una cultura y una sociedad alternativas. Ejemplos de manifestaciones contraculturales son los siguientes:

 Las tribus urbanas, como rockers, punkies, skins, etc. Las forman jóvenes preocupados por descubrir una identidad que ni la sociedad ni la familia les proporcionan. Se reúnen entrono a un líder y adquieren un código de expresiones culturales que les diferencian de los demás.

Los grupos sociales alternativos responden al vacío que muchos sienten ante un futuro incierto y fugaz. Intentan encontrar un sentido a la existencia a través de distintos medios y rechazan el materialismo social.

Los grupos de ataque social. Cabe destacar entre estos grupos a  las bandas de delincuentes, que constituyen una forma violenta y directa de ataque al sistema establecido. También es típico de otros grupos de adolescentes que intentan desestabilizar la sociedad para crear un nuevo estado social, transgrediendo las leyes y haciendo uso de la violencia.

La narcoliteratura y la literatura del narco son cosas de las que hablamos en las siguientes páginas.

Narcoliteratura, literatura del narco, subcultura desviada, periodismo negro, del escándalo político, urbano. Sus diferencias. 

Reflexiones sobre la narcoliteratura
De entrada término narcoliteratura  conlleva una connotación negativa poco profunda que denosta al género, dice el escritor Ramón Gerónimo Ortega en una entrevista que le hace Sheila Rosagel, publicada en Sin Embargo.

Shaila Rosagel- Sin Embargo (México) 
La narcoliteratura, término que se utiliza para llamar a la literatura que aborda el fenómeno de narcotráfico, es una forma de “encasillar” a los escritores por zonas geográficas y denostar, en parte, su trabajo, dice Ramón Gerónimo Olvera, autor del libro Sólo las Cruces Quedaron de editorial Ficticia.
De esta forma, la crítica mexicana mide con el mismo rasero a los escritores norteños y los echa “en un mismo costal”, pues pareciera que las novelas ambientadas en lugares impregnados por el narco, tienen una connotación negativa literariamente hablando, explica a SinEmbargo el maestro en Literatura en la era Digital por la Universidad de Barcelona y Premio Regional de Periodismo Cultural y Nacional de Periodismo que otorga la Asociación Nacional de Locutores, originario de Chihuahua.
Pero no obstante que algunos críticos, parecen ver con una óptica desde el Distrito Federal a la producción literaria que tiene como entorno al narcotráfico, la “narcoliteratura” es un término acuñado para vender.
“El prefijo narco es el meollo del asunto. Necesariamente lo utilizamos casi en la vida cotidiana, sin reparar en la misma reflexión sobre el mismo. Se corre el riesgo de que el prefijo narco sobre estas expresiones culturales, nos hagan que no las podamos entender en toda su complejidad, porque nos dejamos ir por lo narco, sin ver todo lo que hay en juego y en profundidad”, dice el escritor.
Gerónimo Olvera analiza en su último libro a varios autores colombianos y mexicanos que escriben en un entorno donde priva el negocio del narcotráfico y contesta en esta entrevista, algunas de esas preguntas que buscan provocar una crítica, a la forma en la que se aborda la literatura que habla de narcotráfico.
–¿De dónde nace la idea de escribir este libro donde usted explora el término de narcoliteratura?
–Nace de una idea concreta de hechos de violencia que hemos vivido y que se han venido consignando mediante el periodismo, pero también a través de la literatura. Vi la necesidad de hacer un estudio donde, si bien con cierto rigor académico se abordara cómo la literatura participa en el juego de la violencia y el narcotráfico, porque gran parte de la academia es bastante prudente y temerosa de entrar a estos temas, justo por lo contemporáneo, cercano, me llamó la atención hacerlo desde la óptica de autores de México y Colombia para tener algunos puntos de encuentro y desencuentro.
–Usted cuestiona este adjetivo de narcoliteratura para referirse a todas las novelas que se escriben sobre narcotráfico… 
–Sí, es que es cuestionable desde varias ópticas. Es comprensible que para vender libros, la gran industria le ponga estos nombres, sería uno de los marcos por los que se llama narcoliteratura, pero lo otro es también un encasillamiento facilista de la crítica, o de cierta crítica, para meter a todos los autores en el mismo saco y tratarlos por igual. Yo creo que de todos los autores que se manejan en el libro, ninguno se propone escribir una narcoliteratura. Lo que están haciendo son historias donde el narcotráfico aparece porque están ahí en la atmósfera del escritor. Sí es necesario ponerle nombres a las cosas y categorías, pero hay que reflexionar sobre la categoría porque algunos críticos le llaman así para descalificarla, no para entenderla.
–¿Entonces este prefijo “narco”, ¿es negativo y descalifica? 
–Sí, cuando le metemos el prefijo “narco”, en términos de la realidad judicial y de la justicia es prácticamente un adjetivo sinónimo de “ya no se investigue”, en los términos literarios, sí hay un encasillamiento que por supuesto sirve para vender, y para vender bien. También está la connotación de lo narco, lo cierto es que como el narcotráfico aparece en la vida cotidiana de las personas, aparece mucho en la literatura y aparece así, de manera espontánea, casi inconsciente, porque está en la realidad, en lo que respira el escritor.
–Para usted Ramón, los autores que escriben sobre narcotráfico ¿escriben literatura, no narcoliteratura? 
–Habría que establecer diferencias. Habrá escritores muy respetables que de manera abierta y de manera consciente desean hacer libros de narcoliteratura para ser vendidos, que tampoco me parecería algo deleznable en sí mismo. Hay escritores como Fernando Vallejo y Élmer Mendoza, donde el narcotráfico aparece en sus novelas, pero aparece de una manera compleja, simbólica y además creo que los autores que se incluyen en el  libro, como Yuri Herrera, aparece el narcotráfico no por sí mismo, sino como un marco histórico, cultural de México.
Hay preguntas que usted lanza en el libro, una de ellas, ¿cuál es la voluntad que existe en reducir esta expresión a ciertas zonas geográficas del país? También habla de una visión centralista de etiquetar como narcoliteratura, para encasillar a todos los escritores de las regiones del norte de México…
–Esto es muy palpable, Rafael Lemus, un crítico de Letras Libres, decía que la literatura de Élmer Mendoza era candorismo costumbrista y que no valía nada. Don Antonio Parra le contesta, porque pareciera que si no se escribe en el Distrito Federal [DF], no vale o se encasilla muy fácilmente, siendo que estas temáticas están aquí en nuestra realidad y que autores como los que he mencionado, por fortuna están siendo estudiados en muchas partes del mundo. Pareciera que es la viva literatura mexicana, estos autores, no se encasillan en el tema del narcotráfico, son bastante amplios, y cuando hablamos de literatura norteña, también toca hablar de Ignacio Solares, Carlos Montemayor, por mencionar algunos.
–Usted también lanza la pregunta sobre, ¿qué interés existe en homologar a todos estos autores que abordan el tema?
–Al final de cuentas el deseo de homologación, es a lo mejor una estrategia de orden político, de poder, que una estrategia de un criterio literario.....

Aquí el entrevistado dio en el clavo. ¡Claro que es una estrategia (más bien una orden, diría yo) política, de poder, que (al encasillar a todos en un mismo saco) de un criterio literario.


–Aborda a los escritores desde el periodismo, literatura, habla de la nota roja… 
–Comento a manera de chiste en el texto, que el primer cuento judío-cristiano de la nota roja la historia de Caín y Abel, y siempre en todas las expresiones, un germen fundamental para escribir, porque la nota roja nos muestra ese lado oscuro que tiene las sociedades, los seres humanos, que es la materia prima para la literatura, mientras que en cualquier régimen oficial, todo tiene que ser luminoso, esperanzador. Esto que llamamos narcoliteratura a lo mejor es una variante del género policiaco.
–Entonces es tan erróneo decir narcoliteratura, como si se quisiera decir “narcoperiodismo” si se reportea sobre narco, ¿sería algo simular? 
–Muy muy simular. Al final de cuentas hacer un gran reportaje sobre narcotráfico no es narcoreportaje, porque se pretende estudiarlo y hacerle preguntas.
– ¿Pasa lo mismo con la narcoliteratura que con los narcocorridos? ¿Podríamos poner en la misma dimensión al narcocorrido con narcoliteratura? ¿El prefijo narco juega el mismo papel?
–Sí, el prefijo narco es el meollo del asunto. Necesariamente lo utilizamos casi en la vida cotidiana, sin reparar en la misma reflexión sobre el mismo. Se corre el riesgo de que el prefijo narco sobre estas expresiones culturales, nos haga que no las podamos entender en toda su complejidad, porque nos dejamos ir por lo narco, sin ver todo lo que hay en juego y en profundidad
–¿Lo narco es lo que vende? ¿De qué tamaño es el mercado editorial en torno al narcotráfico? 
–En la industria cultural el narcotráfico tiene un tamaño enorme y fundamental. Basta ver las últimas producciones cinematográficas como Miss Bala, El Inferno, cómo les va en taquilla y para ser cine mexicano, les va muy bien. En el caso de la literatura es bastante vendible manejar esto como lo narco, sinónimo de venta y en el caso del periodismo, también ponerle que fue una narcobalacera, narcofiesta, narcobautizo, narcoentierro, un narco lo que se le ocurra. Termina siendo un buen mecanismo de venta, en donde todo es sujeto a la venta.
–¿Se denosta a estas expresiones con este prefijo? 
–Sí, además corremos el riesgo de no estudiarlas en su profundidad por el prefijo narco. Al verlo analizamos una serie de ideas inconscientes y lo clasificamos así, sin estudiar toda la profundidad que hay en ello, además de insensibilizar. Somos una sociedad carente de sensibilidad para muchas cosas, y el adjetivo puede ser que en vez de que nos ayude a ser sensibles, nos vuelva más bárbaros.

–Ramón, entre las obras que analiza en el libro, habla de La Virgen de los Sicarios, Rosario Tijeras y de autores mexicanos, ¿qué tanta similitud hay entre nuestros autores mexicanos y los colombianos? 
–Sí encontramos rasgos de similares: se encuentra un Estado ausente, una cosa que me llama la atención, es que en ambos casos, el crimen, la violencia, la impunidad, constituyen la norma dentro de la sociedad y no excepción. Una de las diferencias es la fascinación literaria por la figura del sicario en Colombia, mientras que en México por el político poderoso que está vinculado con el narco. Otra diferencia es la connotación religiosa que tiene en el caso de México, como Valverde, La Santa Muerte, que no aparece en otros lados.
–¿También se lleva al campo del periodismo? 
–En términos periodísticos los vería más similares que en términos literarios. En México hay una fascinación por la figura del sicario, simular a Colombia, la diferencia la vería más en la literatura. El sicario es una figura muy dolorosa para la sociedad, es el huérfano de una estructura familiar, el huérfano de una estructura social, de un Estado que no sirvió para nada, es el gran victimario y la gran víctima
–Hay otra pregunta que usted laza en su libro, ¿cómo recoge el periodismo y la literatura el fenómeno del narco? ¿Desde la apología, la condena o la censura?
–Recuerdo la foto de Julio Scherer García con el importante líder delincuencial, que para algunos nos daba la sensación de que estaba abrazando a un gran amigo, para otros era el ejercicio periodístico digno de un premio por haber conseguido esa entrevista, y pareciera que tristemente lo que la realidad y los lectores nos empujan es, o a la apología, a la condena o a la censura-autocensura.

La literatura del narcotráfico
Orlando Ortiz
La primera pregunta que me asalta a propósito de la llamada “narcoliteratura” (el entrecomillado obedece, como se verá, a que cuestiono tal denominación) es si en verdad existe, o si es un prejuicio. Porque en la primera mitad del siglo pasado se escribieron muchas novelas cuyo eje eran los caciques; sin embargo, nadie aventuró la idea de que hubiera una caciqueliteratura. De igual manera, en la segunda mitad proliferaron los relatos cuya acción se desarrollaba en el df y nunca oí que se hablara de chilangoliteratura.
Posteriormente, en toda Latinoamérica se dieron novelas con el tema de los dictadores y tampoco se habló de una dictadoliteratura o cosa por el estilo. El nombre narcoliteratura tiene algo, o mucho, de retintín, de intención –consciente o subconsciente– peyorativa. Y no es cuestión de semántica. En la expresión narcoliteratura late, en el fondo, un silogismo del tipo: la droga es mala para la salud, luego la narcoliteratura es mala para la literatura. Por ello me inclino a que se le denomine, en el peor de los casos, literatura del narcotráfico, para eliminar la calificación a priori.
En ese caso –al igual que en el de todas las otras novelas–, ya se podría señalar si obras en particular son malas o buenas, no por abordar el tema del narco, sino por ser novelas bien tramadas, con personajes convincentes, situaciones verosímiles, excelente manejo de las voces narrativas, lenguaje eficaz (ojo, no dije “correcto”, sino, en última instancia, normal) y un manejo adecuado del punto de vista. Porque en este género, subgénero o como quiera llamársele, hay buenas y malas novelas, independientemente del asunto que, curiosamente, en muchas de ellas el tema central no es el narcotráfico y la delincuencia organizada, sino el amor, en una escenografía de narcotraficantes, y a veces lo que está en primer término es la violencia, no el tráfico de estupefacientes, tampoco las actividades de la delincuencia organizada con todas sus implicaciones sociales, políticas y económicas.
Adelantando vísperas: la narcoliteratura es un espejismo, y por lo mismo, algo que no (o casi no) existe.
El primer libro de este tema que leí fue Diario de un narcotraficante, de a. Nacaveva ( así, con a minúscula y punto), y sin ser un fan, he seguido el tema desde entonces (1967) a la fecha, con Fiesta en la madriguera, de Juan Pablo Villalobos, pasando por La Reina del sur, de Pérez Reverte, y San Isidro futbol, de Pino Cacucci (estos últimos, por mencionar únicamente a los autores no mexicanos); por eso creo estar más o menos enterado del desarrollo de la narcoliteratura. Sin embargo, no soy ni panegirista ni detractor. Hay quienes la cuestionan por su origen; no obstante, como el plebeyo, “su sangre, aunque norteña, también tiñe de rojo el alma en que se anida su literario corazón”.
Estos “narcorrelatos” en su mayoría los escriben autores del norte, pero ni todos los escritores de allá escriben narcoliteratura ni toda ella es escrita por autores de allá. Los hay oriundos del Distrito Federal, de Guanajuato, de Jalisco y de Hidalgo, y en todos los casos no desmerecen frente a los norteños en cuanto a manejo de ambientes, vocabulario y personajes.
Hoy en día son numerosas las novelas y en general los libros que abordan o giran alrededor del narcotráfico. Unos se apuntan como ficción del género negro o policíaco; otros como crónicas o investigaciones periodísticas o agudas tesis a propósito del problema. No debe extrañar a los lectores esa abundancia de títulos, pues al parecer todas las editoriales los están pidiendo con la idea de que se venderán como pan caliente.
La producción de narconovelas es elevadísima, tal vez porque la demanda editorial también es elevada –ignoro si el mercado también es muy amplio. Hay tal saturación, que empalaga la abundancia de títulos y el primer impulso es descalificar por completo todos los libros de este género, tanto los de ficción como los de no-ficción. Sin embargo, no se puede hacer tabla rasa, aunque hasta el momento no me he topado con “la novela” del fenómeno narco, es decir, no he hallado un relato excelente o tan bueno que llegue a las alturas de lo paradigmático. Algunas son muestra de un extraordinario oficio, pero adolecen de pasajes facilistas o de tópicos tan gastados que caen en el lugar común, lo cual incide en detrimento del texto. Otras no van más allá de la sencilla historia del amor-pasión, o del amor-odio, o del amor-venganza, o del amor atormentado o sádico, o masoquista o hasta ingenuo, pero inserto entre matones despiadados y aparentes luchas por el poder (nunca se ve ni se dice de qué clase es).
LA REALIDAD CORRE MUCHO Y LA FICCIÓN SE QUEDARÁ... 
Hasta el momento, me parece que los mejores libros sobre el tema son las crónicas y los de carácter periodístico. Me refiero, por ejemplo, a El hombre sin cabeza, de Sergio González Rodríguez; a Malayerba, de Javier Valdez Cárdenas; aHerencia maldita, de Ricardo Ravelo; El otro poder, de Jorge Fernández Menéndez; El narco: la guerra fallida, de Rubén Aguilar y Jorge Castañeda; El cártel, del legendario Jesús Blancornelas, y hasta Me dicen la narcosatánica, de Sara Aldrete, entre otros. Si a estas miradas sumamos los medios impresos y electrónicos, la ficción sobre el tema se queda atrás; no puede competir en cuanto a crueldad y excesos, por más imaginación que tenga el autor. Por poner un ejemplo: ¿a algún autor serio se le habría ocurrido una puesta en escena (este es el título, bastante afortunado, de una novela corta de Gabriel Trujillo) como la que se hizo cuando mataron (¿ejecutaron?) a Héctor Beltrán Leyva, cuyas imágenes aparecieron en numerosos medios? Y las mantas con mensajes y las testas decapitadas dispuestas dramáticamente en diversos escenarios y... en fin, los relatos literarios casi (o a veces sin el casi) nada tienen que hacer frente a la realidad real y la mediática. (Cuando estaba redactando estas notas salí a caminar un poco y a comprar el periódico. En el estanquillo me topé con la primera plana de un periódico caracterizado por su amarillismo, pero, con todo, nunca había llegado a tal extremo: la foto a color de dos cuerpos colgados de los pies, decapitados y con los genitales cercenados; en una cabeza secundaria se leía que sus partes las habían dejado sobre los carteles en los que se advertía algo a alguien.) Si algún narrador quiere incursionar en el género, debe buscar alguna vereda que no sea la de la violencia y el amarillismo, pero tampoco debe caerse en el edulcoramiento o en la falsa idea de que la narrativa es escribir bonito o poéticamente.
Además, los autores de ficción, más que abordar con acuidad el narcotráfico, se quedan en el color, en los aspectos costumbristas (que no tienen por qué ser malos en sí, sino más bien insuficientes). Corridos, botas picudas y de tacón a lo Fox, fara fara, cintos piteados con hebillas costosas en las que lucen sendos ak47 cruzados, o una rama de mariguana, sombrero texano, armas con chapa de oro y con diamantes o esmeraldas en la cacha de marfil; lenguaje norteño cargado de pistear, batos, morros, etcétera. A veces se menciona a la Santa Muerte, a veces es Malverde el invocado. ¿Y luego? Los elementos mencionados no serían nefastos si no se quedaran en eso: detalles de color que no van más allá y, peor aún, que se presentan como si fuera lo esencial de los narcotraficantes. ¡Ah! Olvidaba la violencia, a veces con fuertes matices de gratuidad. Tampoco me parece mal la utilización del lenguaje norteño, es más, lo considero indispensable, siempre y cuando se sepa utilizar con eficacia y no como detalle de color o graciosa curiosidad lingüística.
Antes y después del movimiento revolucionario de 1910 menudearon los relatos que recogían y plasmaban la visión que escritores de variopinta ideología tenían sobre lo ocurrido –o lo que estaba ocurriendo. El espectro que ofrecen tales obras es muy amplio y diverso; hay las que tienen como columna vertebral batallas y caudillos, las que ubican la acción en las alturas políticas o les dan como escenario el de los estratos sociales más bajos... incluso tenemos obras construidas desde la perspectiva de simples testigos no involucrados en el conflicto bélico o político, pero sí receptores de las consecuencias sociales, bélicas o políticas.
Por lo tanto, en la actualidad podríamos elaborar un mural muy completo de esa época, desde la perspectiva de los maderistas, villistas, zapatistas, carrancistas, huertistas y hasta porfiristas, o incluso con la de todos ellos. De tal ensalada de hechos y visiones quedaron grandes novelas: Campamento, Los de abajo, Se llevaron el cañón para Bachimba, Tropa vieja, El águila y la serpiente, Cartucho, El feroz cabecilla, El rey viejo, La sombra del caudillo, etcétera, y por otro lado muchas más que no rebasan la mediocridad o son de plano pésimas. No se deben ignorar las obras que abordan secuelas del movimiento revolucionario: reforma agraria, expropiación petrolera, corporativización del movimiento obrero, luchas contra fraudes electorales y temas por el estilo. Este manojo de obras, ¿son realistas, naturalistas, costumbristas? Las hay de todo e incluso algunas han sido calificadas de novela histórica, por su temática y tratamiento.
La narcoliteratura es un espejismo, no existe. Hay relatos con violencia y narcotraficantes –que luchan entre ellos o con otros, por “el poder”–, pero no hay literatura del narcotráfico con todo lo que éste implica.
Después del movimiento estudiantil-popular del ’68, y lo que implicó su brutal represión –surgimiento de las guerrillas rurales y urbanas, por un lado y, por el otro, una presión social que obligó al Estado a ampliar los cauces de la democracia–, también se escribieron innumerables páginas a propósito. Igual que con la narrativa de la Revolución, la calidad literaria –incluso la histórica– fue de un polo a otro polo, de lo bueno a lo pésimo. Abreviando, podríamos asegurar que los momentos significativos de México han quedado en su narrativa. Incluyendo los hechos del siglo XIX: consumación de la Independencia –y en ella el riquísimo período de Santa Anna–, Reforma, Intervención estadunidense e Intervención francesa, Segundo Imperio y Porfiriato.
Hay buenas y malas novelas de narcotraficantes –que no del narcotráfico y la delincuencia organizada. En consecuencia, hay que evaluarlas como novelas a secas y no por el tema o el lugar de origen de sus autores o la ubicación geográfica de las historias. No se debe ignorar esa literatura, porque hacerlo equivaldría a no querer ver que el problema del narco es ineludible y, en un futuro, los estudios –históricos, sociológicos, antropológicos, jurídicos, etcétera– tendrán que abordarlo con casi igual –o sin el casi– seriedad e importancia que el fenómeno de la rebelión cristera o de las guerrillas posteriores al ’68. Mi afirmación es bastante temeraria, pero no infundada. Porque hay quienes consideran que el tráfico de drogas es solamente un delito contra la salud –esta posición lleva a cometer errores como los que se han venido cometiendo en su combate–, pero habemos otros que consideramos que va más allá de ser un delito contra la salud: el narcotráfico en tanto delincuencia organizada, aquí y ahora, es un problema más complejo, peliagudo, que colinda, en mucho, con los terrenos de la seguridad nacional. Si no, piénsese que además del cultivo, “beneficio”, producción de estupefacientes, tráfico interno y exportación, tenemos la penetración corruptora en los círculos de la policía, en instancias gubernamentales de todos los niveles, en partidos políticos; además están las repercusiones en la sociedad, pues cuentan con una base social que los arropa y es sagazmente utilizada. Por otra parte, es considerable su peso e importancia financiera por las fuertes cantidades de dinero que manejan, lo cual se traduce en poder, o mejor dicho, en diversas expresiones de poder, las cuales traspasan fronteras.
La narcoliteratura, en pocas palabras, debe ser mucho más de lo que se ha pretendido que es. La literatura del narcotráfico y la delincuencia organizada está esperando la pluma que, paradójicamente, “le haga justicia”.

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