Cabo Molina


Cabo Molina


-- ¡Corrió un interno de la cinco a la siete! -- gritó el vigía de la cárcel pública de La Paz BCS
-- ¡Es el ánima del Cabo Molina! -- secundó un interno
-- ¡Dispárale! -- terció el cabo de turno en la puerta principal
-- Dejen dormir! -- gritaron otros reos al ver el reloj que marcaba la una treinta de la madrugada.
El temor a encontrarse con el ánima del Cabo Guadalupe Molina, quien años atrás habría sido asesinado por los gringos Maurice y John, exconvictos de USA, dejó sin efecto el protocolo de revisión que para esos casos estaba instituido. 
Por la mañana del 13 de agosto de 1973, el alcaide, especie de jefe del penal, a la hora de la revisión se dio cuenta que los gringos Steven Shul, Daniel Demerce y Connie Longoleken habían escapado dejando sobre sus camastros unos balones de voleibol y encima unas pelucas güeras tapadas a lo largo del tendido con una sábana semejando los cuerpos.
De inmediato se dio la alarma y, lo más fácil, detuvieron al Cabo de turno Casimiro Castillo Amador porque alguien tendría que pagar por la fuga.
Los minutos transcurrían lento, durante la segunda revisión sentían más calor de lo normal. Los unos y los otros policías y jefes se entrecruzaban con los guardias del penal quienes observaban el trabajo de investigación Choyera.
El detenido en barandilla solo veía pasar a uno y otros sin que alguno le dirigiera palabra alguna, lo que le infligía fuerte depresión por tan cruel acusación sin razón. 
Los reos el Odilon, Romancito, El Guido, el Indio Maldonado, el Oso Muñoz, el Ríos, el Chunique, entre sus platicas recordaban la Muerte de Lupe Molina, pero antes, dijeron, otro Gringo se habría cortado los testiculos y se los restregó en la cara al alcaide Hildebrando, otro decían que no, que al que se los restregó fue al Cabo Molina.
La cárcel pública conocida como Sobarzo de donde se fugaron estos reos se encontraba en el antiguo edificio que alguna vez sirviera de vivienda a dos gobernadores del territorio, desde 1918, uno de ellos de apellido Sobarzo, y de donde se escogió el nombre como un distintivo propio de los Sudcalifornianos que decían para ubicar una dirección: Anca Fulano de tal; luego ocupó esas instalaciones el hospital para tuberculosos, hasta 1938 y a partir ahí darle paso al penal, por casi 40 años, esto es en 1976 pues una de sus bardas se cayó por los fuertes vientos del ciclón Liza. Luego de algunos años deshabitado, le dieron paso a la biblioteca pública Justo Sierra.
-- ¿Qué va a pasar conmigo? -- Preguntó Casimiro al pasar el director Jorge Carrillo, conocido como el Cacheton Carrillo.
-- Te van a llevar ante el MP federal para que declares lo que sabes de la fuga -- enseguida con fuerte vozarrón llamó al alcaide -- Hildebrando! -- ordenó -- llévalo con Carmona (mp federal) para que declare.
El alcaide trató de poner las esposas a su compañero pero este se resistió -- Que pasó mi jefe -- le recordó -- soy compañero y no me parece justo que vaya por la calle esposado.
En eso empezaron a llegar las meretrices para su revisión de rutina. Junto a la barandilla el médico tenía un cuartito que servía de consultorio donde les abría las piernas para tocar sus intimidades, pues que con ese método ancestral les revisaba la vagina para determinar si ha o no indicios de enfermedad venérea. Después de la revisión les cobraba 40 pesos recomendándoles  -- Pórtense bien, les recuerdo que deben venir la próxima semana. Y si, cada semana las pupilas del Cuco Moyron, y otras, volvían a la revisión de rutina.
-- Déjalo -- terció el jefe policíaco -- llévalo sin las esposas.
El MP federal de apellido Carmona al escuchar la narración de Casimiro determinó que nada, absolutamente nada tenía que ver en la fuga -- Fue una fuga limpia -- dijo-- No hubo sangre, pero aun así -- añadió-- vamos a ir a la reconstrucción de hechos.
A medida que el MP federal, acompañado de una secretaria, tomaba notas del dicho de Casimiro, mismo que corroboraba con los indicios encontrado en las instalaciones del Sobarzo y, con las evidencias encontradas más y más se convencía que en la fuga había habido complicidades de los jefes pero, como sucede en estos casos, hizo las cosas de tal manera para que un buen abogado consiguiera un amparo y saliera libre este acusado, protegiendo de paso a los verdaderos responsables.
En el expediente se lee que la noche anterior había habido un juego de voleibol con los alumnos de la escuela secundaria de la localidad.
Por las evidencias encontradas, se advierte que la gringa Connie Longoleken suministró droga, en vasos con chocomilk, al Panchito, a la Güera (otra interna) y al vigía de la torre de mujeres para escapar por esa zona que daba al cuartel de bomberos, sin necesidad de utilizar la violencia.
Con el paso de los años, el implicado recuerda que le preguntó al jefe policíaco, 
-- ¿No va a cerrar la puerta mi jefe? --. Se refería a la puerta que usaban para pasar a la celda de mujeres y donde a medio tramo había otra puerta que daba a la estación de bomberos, y de ahí a la calle.
--¡Déjala abierta; hace mucho calor-- respondió el Cachetón Carrillo.
Tampoco quisieron investigar quién introdujo las pelucas, aunque se presume que fue el preparador físico de los deportistas o el propio Cachetón Carrillo que esa noche había entrado al interior para presenciar el partido de voleibol. Cuando entró no permitió que se le revisara alegando que él era el jefe de la policía investigadora. Tampoco para sus dos ayudantes permitió la revisión de rutina.
Los gringos fugados estaban presos porque meses antes habían sido detenido con explosivos que el Cachetón Carrillo dedujo eran para asaltar el Banco de Londres y México.
El acusado por la fuga estuvo preso dos años y medio, eso sí, recibiendo su paga como Cabo del Sobarzo pues, eso así está reglamentado, mientras no se le sentencia con responsabilidad, gozará de ese beneficio de ley.
Una vez libre, y sin nada que hacer en el penal, en la administración de Antonio Wilson González Casimiro fue llamado a colaborar para que atendiera, junto a dos custodios más, los parquímetros que recién había instalado esa administración.
Al año de estar prestando sus servicios parqueron a su lado un lujoso automóvil donde advirtió la presencia de dos personas vestidas con regios tarjes de casimir, y en la parte de atrás a un policía local, quien lo invitó a subirse al auto para hacerle algunas preguntas con respecto a la fuga. Los desconocidos eran de la policía estadounidense, según ellos, del FBI.
De nueva cuenta Casimiro fue encerrado (antes así se estilaba  porque era ¡culpable hasta que no se demostrara lo contrario!)
El abogado defensor de oficio Rogelio Martínez se extrañó por la nueva investigación pero, para darle confianza a su defendido le dijo que no se preocupara, que la detención era sólo de rutina.
Al notar que su caso no avanzaba, por medio de su esposa e hijos, solicitó ante el gobernador Ángel César Mendoza Arámburo, le facilitara un abogado quien de inmediato cumplió con la petición, para al mes lograr su libertad absolutoria y, años después alcanzar su jubilación; la plaza laboral se la pasó a su hijo quien, 20 años después de la absolutoria de su padre, también vivió la experiencia del encierro injusto.
Resulta que el día que Adán Ruffo Velarde tomó protesta como edil paceño, (1996) un grupo de borrachos escenificaron un altercado en las afueras de un expendio de cervezas, de la colonia Pueblo Nuevo, llamando la atención del cuerpo de seguridad municipal a quien recibieron a pedradas y al ir brincando la barda de un vecino, El Chino Viosca recibió una bala que le atravesó la nuca, muriendo a consecuencias de la misma.
El hijo de Casimiro portaba una pistola 38, con sólo cinco tiros, de seis que le caben a  la masorca de la 38.
Lo increíble es que las balas que portaba la pistola eran de salva, salva que había comprado a 2.50 cada una pero, por la falta de dinero, sólo alcanzó a comprar cinco. ¡eso fue suficiente para acreditar que según las policía investigadora, el policía municipal sacó el casquillo de la bala que mató al Chino!
La necropsia de ley arrojó que el muerto recibió un balazo de un arma calibre 22, resultado pericial que no fue agregado al expediente. Dos de los policías ( un hombre y una mujer) que portaban ese tipo de calibre (22) fueron protegidos para que no se les hiciera la prueba de balística.
También, por dos años y medio el detenido estuvo recibiendo el pago de ley, hasta que el propio Casimiro acudió ante su ex compañero de escuela, ahora presidente magistrado del H Tribunal Superior de Justicia de BCS, Juan Cota Osuna a quien solicitó interviniera por tan sucia acusación.
Luego de conocer la verdad histórica de los hechos, el pleno resolvió la absolución del joven policía quien a los meses abandonó la cárcel libre de toda responsabilidad civil.

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