Adversidad Provocada
viernes,
15 de mayo de 2015
Adversidad Provocada
Conocí a Héctor Aburto a través de mi
amigo Gustavo Armenta, un día del 2001 en que lo llevó al cuartucho donde
pasaba mis días contemplando la nada, remoliendo mi amargura por la puñalada
recién recibida. Es mi amigo dijo el Gus, quiere que le des unos libros para
que se ayude con la venta, acaba de salir de la cárcel.
Ya no lo volví a tratar,
hasta que me lo encontré sin dinero, a principios de 2008, deambulando por las
calles de mi ciudad, con la esperanza de vender algún terreno o casa, pues
ahora quería dedicarse a los bienes y raíces. No tuvo éxito. Me contó parte de
su vida entregándome el expediente criminal que lo llevó a un injusto encierro
carcelario que se detalla en la crónica que pongo a consideración de un pueblo
honesto que aún se sorprende por las maldades de los políticos.
El contenido del
expediente demuestra que los encargados de la persecución y administración de
la justicia no cuentan con el perfil necesario y suficiente para justificar el
cargo que ostentan; serían, según el dicho de uno de mis guías periodísticos,
responsables de peculado social. Este término no está tipificado como delito
dentro del código penal para el estado de B.C.S., ni de la República por lo que
todos, absolutamente todos los mp y jueces civiles y penales, por este hecho,
cuentan con impunidad por su ignorancia profesional.
Hoy, los titulares de la
procuración y administración de la justicia desvían la responsabilidad en
contra de las universidades por el bajo nivel con que salen a trabajar los
abogados. ¡Mienten!, dentro de los cargos de mp´s y jueces sólo hay
recomendados, sobrinos, hijos de amigos, funcionarios, o sea, puro júnior sin
responsabilidad en la debida integración de una averiguación previa, o en la
argumentación en las sentencias penales y civiles.
Al platicarme su vida
íntima, su vida espiritual, su vida física, quien lleva dos costales de cargas
emocionales no pudo reprimir sus lágrimas al recordar a sus hijos Héctor
Enrique y Mónica Janeth. Las emociones encontradas
surtieron el efecto de un abuelo compungido por la adversidad provocada al
recordar a su nietecita Nidya Yaneth; de igual forma se emocionó al nombrar a
sus otros nietecitos Héctor Enrique e Irene a quienes con humildad les pide que
lo recuerden.
Cuenta que vivió el
desprecio de un compadre, pero al mismo tiempo reconoció la bondad del vecino
Adán que se lo llevó a un apartado lugar, cerca del aeropuerto local donde pasó
varios días contemplando la nada, escuchando los sonidos de la naturaleza,
presenció la visita de un búho que le hizo crispar los nervios al recordar a
esa perversa mujer que le dio un brebaje para que se alejara de su adorada
familia.
Héctor E. Aburto Flores
se equivocó al caer en las redes de esa diabólica hembra que lo sumió en la más
negra desesperación, hasta que Dios lo rescató de las garras de la locura. El
suplicar perdón no pudo influir en sus hijos y esposa, no para volver con ellos
sino para saber que lo perdonaban por tan siniestro pasaje no deseado.
“No queremos saber nada
de usted”, “váyase por favor” son las palabras obsequiadas por su hijo, que le
taladran noche a noche la conciencia al recordar el día que su ángel de la
guarda lo llevó ante su presencia: Su hijo, su nuera, su nietecito y la dama
que fue su esposa estaban en el porche de la residencia, al notar que llegaba
se escondieron: ¡Hijo, hijo! Llamó el afligido padre para escuchar esas
palabras que no lo dejan tranquilo.
¿Qué tan grande puede
ser una culpa como para no ser perdonada? ¡El más cruel de los criminales
merece el perdón de la sociedad! Historias tenemos de asesinos en serie que
fueron a vivir sus últimos días en completa armonía con los suyos: Goyo Cárdenas,
Papillón, por citar al asesino de mujeres y al ladrón de la alta escuela fueron
redimidos por sus culpas ¿Cuantimás no lo podrá ser un tipo que bebió, sin ser
ello su voluntad, el elíxir de la inconsciencia? ¿No podrá recibir perdón quien
fue señalado como culpable para tapar los robos de otros?
No quisiera prejuiciar, ni pilotear las
neuronas del lector con adjetivos non gratos ni con odios reprimidos por un
saber inconcluso. Son pues, ustedes, amables lectores, los que tendrán una
mejor opinión.
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